Adiós Haider
Hamid Belaouni es asesinado en la calle Aribau de Barcelona. La policía investiga. También la jueza Beristain. Y el detective privado Luque, en un viaje urbano entre el final del siglo xx y el comienzo del xxi en el que se presagia el tiempo actual dominado por la cleptocracia y en el que una de las pocas certezas es que los únicos paraísos que quedan son los fiscales. Y tiempo en el que en cualquier congreso de los grandes partidos y en ciertos consejos de administración se encuentran muchos más delincuentes por metro cuadrado, y de mayor importancia, que en el Barrio Chino.
El escenario, por tanto, es la ciudad. Aquellas «malas calles por las que debe caminar un hombre que no sea necesariamente malo, sin mancha ni miedo, el detective», como sostuvo hace siete décadas Raymond Chandler (El simple arte de matar) y que sigue vigente pese al empeño inútil de algunos por finiquitarlo. Claro está que ahora las malas calles no tienen por qué ser calles y el héroe cansado sigue cansado y tiene diversas manchas, aunque poco miedo.